A pesar de la grandiosidad de la Basílica, de las dimensiones de la explanada, la arquería de entrada y el resto de edificaciones que componen el conjunto monumental del Valle de los Caídos es sin duda la Cruz el elemento fundamental que atrae todas las miradas y por la cual el Valle es conocido hasta para los que nunca lo han visitado.
La Cruz con sus impresionantes dimensiones (150m de altura y 46,40m de anchura en los brazos), es visible en los días claros desde varios puntos de la capital de España, y acompaña al viajero que se aleja de Madrid caminos de las anchuras castellanas por la carretera de la Coruña.
Cuando el primer arquitecto del Valle Pedro Muguruza solicita a Franco (muy a su pesar), el relevo como director de las obras, la Cruz, parte fundamental y motivo de existir del Valle de los Caídos, tan solo se encontraba en proyecto, y éste siquiera estaba aprobado por el Consejo de obras del Monumento.
Cuando Diego Méndez se hace cargo de la dirección de las obras se convoca con celeridad un concurso de anteproyectos al que concurrieron los más prestigiosos arquitectos españoles del momento:
Luis Moya (Universidad Laboral de Gijón, Iglesia de San Agustín en Madrid y Museo de América en Madrid), Enrique Huidobro, Manuel Thomas, Juan del Corro, Francisco Bellosillo, Manuel Muñoz Monasterio (Estadio Santiago Bernabéu),Luis Martinez Feduchi etc.
También el propio Muguruza había realizado un proyecto que fue rechazado al estimarse demasiado recargado y barroco.Resulta paradójico observar como el boceto del propio Franco, que reproducimos aquí, se asemeja en parte al proyecto de Cruz presentado por el arquitecto Muguruza.
Al desestimarse todos los anteproyectos presentados, Franco encargó directamente a Diego Méndez (que ya se ocupaba de la dirección técnica de las obras) la realización del proyecto de la Cruz. La inspiración le llegaría a Méndez un Domingo, cuando el arquitecto se encontraba jugueteando con un lápiz y un papel esperando que sus hijos se prepararan para asistir a Misa y de forma impremeditada e inconsciente dibujó sobre el papel el boceto de una Cruz muy similar a la que hoy conocemos.
Se convocó concurso público para la construcción de la Cruz, obra que fue adjudicada a la empresa HUARTE Y Cia, que si bien su presupuesto no era el mas barato (33.661.297,41), era una empresa que ofrecía absolutas garantías de éxitos.
Uno de los primeros problemas a solventar se presentó al no saber cual sería el mejor modo de acarreo de las ingentes cantidades de materiales y piedra a emplear en la construcción de tan grandiosa torre. Un teleférico hubiera originado daños irreparables en el monte; un andamiaje hubiera, en el mejor de los casos, cuadruplicado el coste. Se adoptó la idea de perforar el risco de la Nava por su base como un túnel hasta la propia vertical de la Cruz, para cavar allí un pozo en el cual se moviese un montacargas.
Si embargo no existía en el mercado un montacargas capacitado para soportar los enormes pesos de los materiales que estaba destinado a elevar hasta la Base de la Cruz. LA sorpresa llegó cuando se localizó un elevador adecuado y con la fuerza suficiente en el típico y castizo rastro madrileño, ignorando su vendedor la procedencia del mismo.
Se inició la construcción de la Cruz tras el allanado y hormigonado de la meseta que le sirve de basamento. La cruz consta de tres espacios claramente diferenciados:
El proceso de construcción del primer basamento se caracterizó, como cuenta el propio arquitecto, por los enormes volúmenes de todo hormigón, piedra y hierro principalmente. Su construcción duró un año.
Una vez hormigonados y revestidos de piedra los dos primeros basamentos, se inició el proceso de construcción del fuste de la Cruz. El proceso a pesar de lo inusual de la construcción fue sencillo:
Se colocaba una hilada de piedras de granito en todo el contorno del fuste (de media eran 50 piedras de 0,70x0,90x0,20m y el peso medio de cada piedra era de 500Kg). Las piedras se amarraban a la estructura metálica de la Cruz y después se procedía al hormigonado ya que las propias piedras de granito servían de encofrado para el hormigón. Cada día se colocaba una hilada de piedra y cada 12 metros se elevaba de nuevo la estructura metálica que servía, además de guía, para el cuelgue del montacargas.
La construcción del fuste, de esta manera, tardó catorce meses, alguno de los cuales no se pudo trabajar debido al hielo, nieve frío y viento.
La verdadera dificultad llegó al pasar de la vertical del fuste de la Cruz a la horizontal en el arranque de los brazos. Para ello se dispuso una estructura metálica a base de triángulos que se adosaban a la estructura del fuste.
Como había que trabajar a una altura considerable, y se tenía que trabajar literalmente colgados en el vacío, se dispuso en la explanada del Monasterio y a 2,5 metros del suelo el mismo sistema metálico del Cruz para familiarizar a los operarios en el manejo y extensión de la estructura. Los brazos, como es lógico se construyeron simultáneamente, se emplearon 5 meses en su construcción.
En total, y según reza la placa que firma el arquitecto en la base de la Cruz, ésta tardó tres años en construirse, período de tiempo en el que no hubo que lamentar victima mortal alguna.
LAS ESCULTURAS
Desde el primer momento se sabía que sería demasiado brusco el paso del encrespamiento del Risco de la Nava con la pureza de líneas de la Cruz, y esto hizo pensar en la solución escultórica como efecto de transición entre la rudeza natural del monte y las estilizadas líneas de la Cruz.
El binomio entre el escultor Diego Méndez y el joven escultor extremeño Juan de Avalos surgió para dar forma a esas esculturas que hoy permanecen vigilantes en la base de la Cruz de los Caídos. En un primer momento se pensó en la figura de los doce Apóstoles como tema decorativo, desechando esta idea por estimarla inadecuada. Mas tarde se depuró esta idea hasta escoger la representación de los cuatro Evangelistas en el primer basamento y las cuatro Virtudes Cardinales en el segundo.
Tras varias deliberaciones se eligió la piedra negra de las canteras de Calatorao (Zaragoza) por su tono oscuro y por mostrar manchas negruzcas y musgos y líquenes por la humedad, como abiertamente pretendía el arquitecto. Además esta piedra es fácil de labrar y extraordinariamente resistente a los cambios de temperatura que estarían obligados a soportar.
Avalos y su equipo modelaban las estatuas pieza a pieza, en su estudio de la calle Agustín Querol de Madrid junto a la estación de Atocha. Llegaban en tren hasta San Lorenzo del Escorial y de ahí a Cuelgamuros en camiones especialmente habilitados para estos menesteres, donde eran colocados en su ubicación actual.
Tan difíciles fueron los cálculos de los andamiajes que soportarían tan enormes figuras durante su colocación, como las relaciones profesionales entre escultor y arquitecto.